El Universo es hostil a la vida. Al menos eso nos ha enseñado nuestra ciencia. Cuando Dios diseñó el Universo no lo hizo pensando en que debía albergar vida. Y con Dios me refiero a cualquier manifestación posible del ente creador, pues tanto la ciencia como la religión parten de la misma premisa: de la nada surgió el todo. Unos lo llaman Dios, otros Big Bang. Dos formas de contar lo mismo.
Retomando el tema, el Universo resulta un lugar oscuro, frío y desolado, lleno de rocas inhabitables y sin posibilidad alguna de albergar vida. Nuestra ciencia nos ha demostrado que las circunstancias para que un planeta albergue vida son francamente extraordinarias, hasta tal punto que nos ha llevado a creer que estamos solos en el Universo. ¿Y cuáles son esas circunstancias?
En primer lugar necesitamos una roca habitable, como la Tierra. Un planeta situado a la distancia justa de una estrella para tener una temperatura amigable a la vida. Esa distancia justa depende de la magnitud de la estrella del sistema planetario, el sol en nuestro caso. Si la órbita de la Tierra hubiese sido mínimamente diferente sería otra roca inóspita más. Un planeta infernal o una gélida roca, inhabitable en todo caso. Basta fijarse en nuestro hermano casi gemelo Venus, en cuya superficie el plomo se funde a pesar de estar muy cerca de nosotros, y todo por un devastador efecto invernadero (en otro post hablaré de Venus, que me parece fascinante).
Aún con ello la Tierra no las tuvo todas consigo, pues fue un planeta volcánico hasta que el impacto de un gigantesco meteorito, del cuál nació nuestra Luna, cambio para siempre la faz del planeta. Otra casualidad que de no haberse dado colocaría a la Tierra como otro pedazo de roca en la inmensidad del cosmos.
Esto no basta desde luego. La órbita debe ser completamente helio estacionaria, de modo que no se produzcan oscilaciones abultadas que provoquen cambios bruscos de temperatura. Asimismo la elíptica de la órbita debe ser prácticamente nula por el mismo motivo, evitar la alternancia de períodos glaciales e infernales durante el año.
Pero el sistema planetario también juega su papel, y en esta ocasión el Sistema Solar ha cumplido el suyo. Las observaciones han demostrado que la vida es posible gracias a una configuración muy peculiar de nuestro sistema solar: pequeños planetas rocosos interiores y gigantes gaseosos exteriores. Esta configuración permite que los pequeños rocosos tengan una órbita absolutamente estable, en equilibrio con el Sol y los planetas exteriores. Si los pequeños rocosos fueran exteriores su temperatura sería glacial, y lo más probable es que no tivieran una órbita helio estacionaria y acabaran colapsando contra los gigantes gaseosos.
Pero el papel de estos gigantes van más allá: son un escudo infalible para la supervivencia de los pequeños planetas rocosos. Júpiter es un gigante en nuestro Sistema, que de haber sido un poco más grande hubiera comenzado una reacción en cadena y sería el segundo Sol del Sistema Solar, haciéndolo inhabitable. En su lugar se ha convertido en un coloso de gas cuya tremenda gravedad atrae hacia él (casi) todos los meteoritos que entran en el sistema solar con destino incierto. El último fue muy reciente, en 1996, del que tenemos espectaculares imágenes incluso, y de haber pasado de largo podía haber desintegrado la Tierra.
Con todo y con ello el escudo no es infalible, pues alguna vez hemos recibido el impacto de un meteorito que ha provocado un ELE (Evento de Extinción Masiva en inglés), el último y más popular el que produjo la extinción de los dinosaurios.
Una vez dadas todas estas circunstancias, no hemos acabado. La vida no surge porque sí, hace falta un detonante. Un célebre biólogo dijo que «la probabilidad de que en la Tierra se formara vida es la misma que si un huracán pasara por una ferretería y las piezas al caer ensamblaran un avión». Tal es el milagro de recombinación que debe producirse y que curiosamente aquí se dió.
Según algunos fue el impacto de un cometa el que trajo todos los componentes esenciales de la vida. Y es que la vida, tal como la conocemos, no puede formarse de cualquier forma. Solo un elemento como el Carbono tiene una red de enlaces suficientemente flexible para desencadenar el milagro, ni siquiera su hermano gemelo el Silicio puede provocar tal efecto.
Una vez dadas todas estas casualidades, es probable (que no seguro) que se haya formado la vida en el planeta. Y una vez la vida se ha formado, ¿qué posibilidades nos quedan de sobrevivir? Lo dejamos para la segunda parte.
Hasta la próxima.